A decir verdad, no disfruto de esta distancia; tampoco me llena de alegría el hecho de que ya no tengamos más que algunas palabras en común, pero no puedo culparte de semejante cosa… Y no puedo culparme a mí misma. Sería injusto arrojar acusaciones sobre alguno de los dos sabiendo que ambos fuimos responsables.
Ambos tuvimos mucho que ver. Esa indescriptible necesidad de arrojar nuestros cuerpos al vacío y disfrutar con cada golpe que nos dimos surgió por mutuo deseo; los dos buscamos la tan ansiada libertad de ese trillado sentimiento que todos llaman “amor”, pero nunca pudimos encontrarla y, en su lugar, hallamos la prisión de nuestros propios corazones.
Y ahora sólo escribo para despedirme, para poder decirle “adiós” de una manera justa a todo lo que nos ata, a ese simple afecto que sentimos el uno por el otro. Y no te dejo con un sabor amargo, no; esta es una dulce despedida, ya que estoy totalmente segura de que, aunque sucedió de manera fugaz, tus ojos supieron iluminarse más de una vez que se conectaron a los míos.

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