Secreto


El joven alto, rubio y esbelto se sentó del otro lado de la mesa y miró a su novio. Tenía puestos un par de lentes de sol y llevaba un sobre en las manos. 
Si bien no estaban en el interior de la cafetería y habían reservado una mesa afuera, en el salón privado sin techo, el lugar estaba completo y todas las mesas ocupadas. Sin embargo, no les importó, estaban acostumbrados al movimiento constante de gente que había en Tokio.
El otro muchacho, de cabello negro y un poco más bajo que el rubio, sostenía un cigarrillo en una mano y un café negro en la otra. Tras sus lentes negros intentaba contener sus emociones más negativas. 
No le dijo nada al rubio, simplemente lo miró. Iba a dejarlo hablar primero, iba a dejar que él iniciara la conversación para luego cantarle su verdad, para confesarle que lo había engañado. Sentía vergüenza de sí mismo, se odiaba por estar a punto de romperle el corazón a la única persona que había amado, el único que había conseguido colarse en su vida hasta los huesos. Cruzó las piernas y apagó el cigarrillo en el cenicero que tenía a un costado. 
Bajo los lentes de sol, su novio de perfectas facciones mantenía los ojos cerrados. No podía mirar al morocho, no podía perderse en esas sensaciones que le generaba tenerlo en frente, pero con el simple hecho de tenerlo al un metro de distancia perdía la concentración.
Se quitó los lentes. Aún con los ojos cerrados, abrió la boca titubeando, pero ninguna palabra salió y, finalmente, se limitó a alcanzarle el sobre a su pareja.
El chico de pelo oscuro tomó entre sus manos el sobre de papel madera y lo abrió; vació su contenido sobre la mesa. Las fotos de una chica ligera de ropas besando a un hombre de alborotada melena rubia lo dejaron helado. No se atrevió a mirar a su novio en ningún momento, pero sabía que estaba llorando porque podía escucharlo. Cuando terminó de pasar las fotos las dejó sobre la mesa.
Escuchó una silla moverse y vio como el amor de su vida se acercaba lentamente a él, con los ojos llenos de lágrimas.
- ¿Qué se siente que la persona que más te ama te rompa el corazón? - le preguntó el rubio al morocho, mirándolo de frente, antes de darle un beso en los labios y huir de la cafetería, dejando al amor de su vida con su secreto a cuestas.


Tengo tanto miedo de mostrarte lo mucho que te quiero...
Quizá me frene el hecho de que soy una cobarde por naturaleza y prefiero lo seguro antes que lo desconocido.
Tal vez sea el temor a tenerte demasiado cerca y ya yo poder dejarte, no querer alejarme de tu lado ni siquiera por necesidad, ni aunque estarte rondando me hiciera pedazos el alma.
Probablemente me perturbe el dolor que me ocasionaría que te pudieras distanciar de mí una vez más y ya no querer luchar contra eso.
Seguramente sean esos los motivos por los que contengo mis impulsos más humanos. Tal vez, por eso evito mirarte a los ojos: temo que me atrapen, como lo han hecho tus misterios y tu inteligencia, y ya no me dejen ir.
El miedo a perderte no me deja que te grite en la cara lo mucho que me conformaría con hacerte feliz sin pedir nada a cambio más que tu eterna sonrisa. 
Por favor, nunca te alejes de mi lado, sin vos soy un cuerpo sin alma.


<Otro pensamiento colgado. Si me animo, voy a publicar un texto muy personal que escribí hace aproximadamente un mes.>

BELLOSUEÑO

Ese día estaba agotada, no había logrado descansar nada la madrugada anterior, debido a que mis pesadillas estaban apoderándose de mí.
Michael y yo, Mary, caminábamos por una calle muy oscura de Tokio. Hablábamos de cómo la vida nos daba vuelta la cara, se reía de nosotros, nos escupía, nos tiraba al suelo, y nos volvía a levantar, sólo para seguir cacheteándonos. El día era frío, mi cuerpo quería la calidez de mi departamento, pero nada le importaba a mi corazón y mi alma, estando con Michael yo era más que feliz y no necesitaba nada más.
Él llevaba unos jeans de color azul, un buzo negro, zapatillas oscuras, y guantes de color rojo, su cabello le cubría parte del rostro pálido y, cada vez que le era posible, me regalaba una hermosa sonrisa o rozaba mis mejillas con sus manos. Yo tenía puestas una pollera y una remera con mangas, ambas de color negro, llevaba unos hermosos zapatos de taco alto, mi cabello estaba finamente recogido con dos mechones cayendo hacia los lados y el flequillo cubría mi ojo derecho.
Aunque el sólo hecho de estar con él me llenaba de gozo, yo no me encontraba del todo bien, y eso era algo que mi compañero no dudaba, algo le indicó que yo no era la misma ese día.
- Mary, ¿te sucede algo? - me preguntó con la mayor de las preocupaciones.
- No – le mentí descaradamente.
No dijo nada, pero en su mirada algo me mostraba que no se había creído mi engaño; lo vi preocupado (aunque sonriente) y supe que era por mi causa.
Yo sabía que trataba de comprender el por qué de tanto sufrimiento y la razón de todas las cosas malas que nos sucedían, pero era mas fuerte que él. Y, a su lado, esos ojos que no podían dejar de mirarlo y le gritaban que yo le pertenecía, luchaban por contener las lágrimas; un sentimiento de profundo dolor me decía que no era mío y que no me amaba y deseaba, como yo a él... pero no podía confesarle que ese era el motivo de mi tristeza.
Nos sentamos en el cordón de la vereda y, al notar que yo comenzaba a temblar, me envolvió con sus brazos para mantenerme abrigada. Yo quería quedarme allí de por vida; pero al parecer, las cosas buenas no son eternas.
Dos niñas con elegantes trajes rojos aparecieron de repente, me tomaron de la cintura y me arrastraron para llevarme con ellas; mientras él me seguía con sus ojos llenos de tristeza, a la vez que susurraba un “adiós”.
Un rato más tarde, me encontré sentada en un enorme salón, rodeada de rostros conocidos. Lo más parecido a una pesadilla (en el más literal de los sentidos) sucedía en ese lugar: una cena familiar repleta de amigos, conocidos y gente relacionada con mis padres. Ellos cantaban, gritaban, reían, conversaban y yo no podía tolerarlos; se sentían dichosos por un aumento de sueldo, una casa más grande, un auto nuevo, y tantas otras cosas materiales; se contentaban porque sus “mundos” se fortalecían pero, ¿sentirían la verdadera felicidad a través de esos factores? ¿Serían personas sólo por tener fuerza material?
¿Cómo era posible que un billete de más los llenara de jolgorio cuando todo lo que una persona necesita para estar completa y plena es un sentimiento y no una pileta de dólares?
Justamente eso era lo que me hacía superior a ellos (unos cuantos niveles más elevada). "Sentir" me hacía mejor, aunque ese sentimiento me estuviera consumiendo e implicara el mayor de los peligros: perderlo a él. Era feliz con el simple hecho de amarlo en secreto, sin recibir más que una sonrisa de su parte.
Bajé de mis pensamientos y de mis ideas utópicas cuando escuché una voz muy familiar que clamaba por mí. Me puse de pie y huí de la gran sala, perseguida por mi padre, quien me ordenaba a gritos que volviera o iba a tener problemas, una y otra vez. No le presté atención y me limité a seguir a la voz.
Logré salir de la gran casa y lo vi; frente a la enorme puerta enrejada estaba Michael esperándome, lleno de emoción en el rostro (algo que no entendía muy bien, ya que él no solía ser muy expresivo, pero que me llenaba de dicha).
- Michael, ¿qué hacés acá? ¡Qué hermosa sorpresa que hayas venido a verme! Te extrañé tanto, yo... – el miedo me detuvo. Había dejado caer las palabras una tras otra y temía que mi excitación repentina lo espantara.
Pero nada de eso sucedió.
- Shhh, no digas nada, Mary. Prestá mucha atención y escuchame atentamente, ¿si?
No era lo suficientemente fuerte como para negarme ante una petición suya.
- Está bien – le aseguré y me regaló otra hermosa sonrisa.
- Quiero... – Titubeó. Lo que tenía para decirme era importante, de otra manera no hubiese tomado un tiempo para re-comenzar.
- Quiero que nos vayamos lejos, que nos escapemos, por favor; no soporto más mi sufrimiento, pero el tuyo está matándome lenta y dolorosamente. Todo lo que deseo en esta vida es saber que sos feliz, y si de eso depende que dejes todo atrás, entonces estoy dispuesto a darte ese impulso para que lo intentes. Por favor Mary, vámonos juntos.
Me quedé muda. No podía creer que de verdad estuviera dispuesto a hacer eso; pero más me impresionaba que sus ojos se hubieran llenado de lágrimas a medida que su petición se hacía más intensa. Estaba anonadada.
Por supuesto que no dudaría en escaparme con él, pero ahí estaba mi padre, desaprobando a mi amor con una mirada de desprecio y asco; aún sin conocerlo y sin conocer su deseo, estaba segura que lo querría a kilómetros de mí.
- Mi padre, mi familia. ¿Qué hago con ellos? – le pregunté en voz baja, como buscando una solución que ninguno de los dos conocíamos.
- Por favor, te necesito conmigo para ser feliz. Ya no puedo soportarlo, y sé que tampoco vos podés – me susurró, con un dejo de tristeza en la voz y eso me partió al medio.
- Michael, no te angusties, por favor. No soporto verte así. No hay cosa que desee más en esta vida que estar a tu lado – no me importaba el sacrificio que acarreara eso, yo quería estar con él.
- ¿Entonces? Vení conmigo, seamos felices para siempre – sí, eso sonaba perfectamente hermoso, tanto que dolía.
- ¿Por qué yo, por qué querés ayudarme de manera tan urgente? ¿Por qué escaparnos juntos, Michael?
Ya me encontraba al borde de las lágrimas, y me intrigaba demasiado su desesperación por desaparecer conmigo.
- Porque te amo, Mary – sentenció y, a pesar de mi sorpresa, abrío la puerta y se acercó a mi para posar sus labios sobre los míos.
- Yo también te amo – le respondí cuando el beso se consumió y lo abracé con todas mis fuerzas.
- ¡Vámonos, ahora! – exclamó en voz muy baja.
Volteé y mi padre nos observaba, pálido como un muerto. Tomé la mano de Michael y huimos.
Me había escapado con ese único ser a quien había podido amar de corazón.
Inmediatamente después de que empezamos a correr, un pitido ensordecedor acabó con el encanto y desperté en mi cama, perturbada y sola. Sí, todos esos hermosos momentos habían sido parte de un sueño. 

Llovía en Londres, mi hogar actual, y eran las siete de la mañana. Comencé a llorar y a preguntarme por qué no me había quedado sumergida en ese mundo, con él, eternamente...




[Tokio (東京都) es la capital de facto de Japón. Está ubicada en el centro-este de la isla de Honshu, en la región de Kanto. Es el centro comercial, cultural, educativo, comunicacional, político y económico del país.]

Tan sólo debo alcanzar el borde...
Pensé, en un acto de desesperación, a medida que comenzaba a trepar.
Era mi única esperanza, la única forma de escapar de todo lo que me estaba acechando desde hacía un tiempo.
No podía más con ese tormento, no toleraba más los celos. No podía vivir con la ira, la bronca y el enojo incontrolables que estaban carcomiéndome esa esencia que todos tanto apreciaban en mí.
No podía entender cómo ni por qué la vida había decidido reírse de mí una vez más y me estaba quitando esa felicidad que había logrado rozar, pero a la cual nunca me había aferrado del todo, simplemente por esas estúpidas defensas que él siempre había intentado hacer desaparecer y que eran las únicas que habían logrado “estabilizarme” y “mantener mis emociones bajo control” durante este último tiempo.
Así que, ahora, cuando esas barreras ya no eran lo suficientemente poderosas como para detener o contener ese torrente de emociones, mis peores sensaciones y sentimientos se liberaban y creaban un terremoto más intolerable para mi pobre y débil cuerpo que todos aquellos que me habían sacudido los últimos tres meses.
Y ahí estaba yo, parada al borde de mi precipicio. Intentaba no pensar en todo lo que dejaría atrás, no quería ver que de verdad iba a destrozar muchas almas si eliminaba la mía. Pero ellos no necesitaban vivir con ese monstruo en el cual me estaba convirtiendo por culpa de un sentimiento que, en lugar de hacerme feliz, se había subdividido y reconvertido hasta el punto de llegar a consumirme.
Cinco metros. Esa era la altura que me tocaba atravesar hasta llegar al suelo. El cielo no se veía a causa de la oscuridad de la noche sin estrellas y la luna nueva. Un frío inaguantable helaba mis huesos, y yo sabía que alguna fuerza superior (o inferior, quién sabe) estaba ayudándome para que terminara de sufrir de una vez por todas y dejara de hacer sufrir a esos que tanto amaba. Todas las culpas eran mías y solamente mías, ese era motivo suficiente como para acabar con mi vida, sin contar los otros miles que escondía y no quería develar.
Repentinamente, un auto iluminó levemente la vereda con sus faroles y pude observar una sombra que se desplazaba con la rapidez de un gato, pero con la altura y entereza de un hombre. Una vez que estuvo lo suficientemente lejos, tomé impulso y me arrojé al vacío...
Cometí el estúpido error de pensar en todos ellos, en quienes dejaba viviendo mi desaparición, a medida que descendía, y la caída se hizo más lenta y tortuosa. Imaginaba sus rostros, heridos por mi causa, por MI MUERTE. Y no pude evitar que se me escapara una lágrima, que el frío congeló inmediatamente, antes de que mi caída fuera detenida por algo... O alguien.
Mi escepticismo era terrible. No podía haberme detenido. Seguramente ya había muerto y sentía que estaba siendo levantada del suelo para ser transportada hacía otra dimensión, al infierno, o como diablos quisieran llamarlo los seres humanos.
Pero no era así, alguien de verdad había detenido mi curso, justo unos centímetros antes de que mi cuerpo se desplomara contra el asfalto.
Una luz se encendió y pude ver su rostro.
Era él. No podía entender cómo demonios había hecho para llegar hasta mi casa tan rápido después de que dejara el mensaje de despedida en un e-mail que le había enviado horas antes; estaba convencida no lo iba a leer hasta el día siguiente, pero me equivoqué.
Me abrazó y prometió no volver a dejarme sola ni permitirme volver a cometer semejante locura. Yo sólo me aferraba a él, como si fuera el único ser que necesitaba ver y tratar. Me aferraba a él, como me había aferrado desde el primer momento, para no dejarlo escapar de mi vida ni por culpa de mis peores terremotos.



<El texto de arriba no tiene relación alguna con Japón y su cultura y no dice nada que pueda desprender uno de mis anexos, pero es algo que escribí y me gustaría compartirlo con el mundo. (Además, el blog es mío y puedo hacer y publicar lo que se me cante.)~>

Shi


Miró para todos lados y no vio a nadie cerca. Subido al banquito, intentó arrastrarse para bajar y así poder alcanzar el otro lado de la jaula, pero algo hacía presión en sus piernas y no encontró una forma de  moverlas para poder levantarlas.
Supo que tenía que encontrar otra forma de salir de ahí y optó por trepar sobre el asiento para poder así deslizarse. Movió sus extremidades delanteras, se aferró con uñas al respaldo y serpenteó, arrastró el cuerpo por sobre las tablas de madera, buscando poder llegar al suelo. A mitad de camino se sintió muy agotado; no era lo suficientemente fuerte como para seguir, no sin sus queridas patitas… Pero no dejó de intentarlo y, cuando llegó al extremo del banquito, se arrojó al suelo para poder seguir.
Un chillido de dolor  retumbó en los rincones de su celda. Creyó, tal vez, que la caida de veinte centímetros no iba a doler, pero su brazo se lastimó gravemente cuando llegó al suelo. Ese grito de sufrimiento que se desprendió desde su garganta lo aturdió y no lo dejó pensar durante algunos minutos. Llorando, casi arrastrándose sobre sus lágrimas, siguió su camino hasta el otro lado de la habitación. Antes de llegar a la puerta, vio un kanji anotado en una de las paredes. ¿Qué podía significar esa palabra? ¿No la había aprendido alguna vez?
Sin dar rienda suelta a sus pensamientos y emociones, más de lo que ya lo había hecho, siguió su camino hasta la entrada de su cuarto sin poder dejar de llorar por el dolor que sentía en su brazo derecho.
¿Qué había hecho para merecer semejante castigo?
Antes de estirarse para alcanzar el picaporte y escapar, se le ocurrió girar la cabeza para saber por qué no sentía las piernas. En ese momento, una luz lo iluminó para que se diera cuenta de que sus piernas ya no estaban ahí.
Aterrado y en shock, volvió a girarse para ver quién había abierto la puerta.
Justo antes de que su hermanita menor le cortara la cabeza con el hacha, recordó la palabra que estaba escrita en la pared. Era “muerte”.




[- Kanji (漢字) son los sinogramas utilizados como modo de escritura japonesa. Junto con los silabarios, hiragana y katakana, constituyen las tres principales formas de escritura en Japón. En su mayoría, los kanji son utilizados únicamente para expresar conceptos.
Un sinograma es una unidad mínima de un sistema de escritura particular. Los sinogramas se utilizaban en la antiguedad en las naciones de Asia del Este para escribir textos en chino clásico; mas tarde fueron adoptados por la cultura china, la japonesa, la coreana y la vietnamita.
死 (shi)  es el kanji de "muerte"; es lo que el personaje lee en la pared.]

Razón



Me puse de pie y fui al baño. Asomé la cabeza por la ventana y respiré el aire caliente que entraba al ambiente, mientras miraba el paisaje de Osaka en una casi total oscuridad, con sólo unas pocas luces de algunos departamentos encendidas.
Pensalo, no cometas el mismo error de nuevo; me repitió mi vocecita interna inteligente por enésima vez, luego de que decidiera volver a preguntarle a él algo que yo sabía, por intuición propia, que lo incomodaba.
Él no quiere. Ya estuviste girando alrededor de eso la madrugada pasada y cambió el rumbo de la conversación para no quedar mal.
No desea herir sus sentimientos, por eso esquivó el tema.
La retó mi parte subconsciente, muy enfadada por sus conclusiones apresuradas.
Mi conciencia redobló la apuesta y le dijo algo demasiado duro: No quiere nada con ella; es muy probable también que hasta lo perturbe su amistad.
¡Callate! Eso no es verdad. Él la quiere, sólo que… no como ella desearía.
Al oír esas palabras sentí algo molesto y doloroso retumbar en mi interior; mi propia voz se hizo presente en la conversación.
- Es verdad. Él no me quiere de esa forma- proclamé a favor de ambas.
Pero te quiere.
Me sorprendía el optimismo con el que había pronunciado esas tres palabras. Un optimismo que llevaba consigo la resignación. Sí, hacía bastante tiempo me había dado cuenta de que no teníamos expectativas similares, inclusive cuando las cosas apuntaban en otra dirección y todo parecía salir como yo ansiaba.
¿La quiere? ¡Vamos, linda, no seas cruel, no la engañes más! Lo único que a él le interesa es tener una persona con quien conversar cuando se decide por emplear la filosofía barata.
Y me decís cruel a mi… ¿te das cuenta de la forma en la que estás expresando tus locuras?
Una locura es que ella siga sintiéndose querida y atraída por semejante personaje...
Mi subconsciente no la dejó seguir hablando para poder defenderlo una vez más.
No es tan malo como parece, sus palabras expresan...
Pero, mi conciencia no se iba a dejar endulzar.
Palabras, palabras… ¡Las palabras se las lleva el viento! El hombre que habla demasiado siente y muestra muy poco. Y, que yo sepa, él habla hasta de lo que no le preguntan.
Él es una persona decidida, sabe que la amistad importa mucho. Y su mejor forma de expresarla es a través de su vocabulario.
¡Es un mentiroso! Está jugando con ustedes dos desde el día en que entablaron una relación "humana" con él. Y las dos, tan sabias, me excluyeron del asunto durante meses. Claro, ahora me necesitan para "aclarar ideas y definir sentimientos". Pero yo no juego a lo sentimental.
¡Nadie te llamó!
Ella lo hizo, me necesita y yo estoy acá para cantarle la verdad.
En ese momento me cansé de que semejante guerra se armara en mi cabeza y no soporté las ganas de mandarlas a volar a ambas.
- ¡Basta las dos!- exclamé casi en un grito.
Un profundo silencio me invadió y ya no las oí discutir.
Me puse de pie, lista para hablar con él, sin ninguna voz que se interpusiera entre nosotros.
- Volví – le anuncié, entrando a la habitación y sentándome sobre la cama.
- ¡Genial! – exclamó. - ¿Qué era lo que querías preguntarme?
Pensé. Esta vez sin dividirme en tres.
- Eh...
Estúpida, estúpida, estúpida, no podés retroceder ahora.
No lo hagas, no lo interrogues. No seas ingenua.
- Nada. No importa – le aseguré, ocultándome cobardemente en mi mentira, una vez más.
- Podes preguntarme lo que quieras - me dijo con una seductora sonrisa dibujada en los labios.
Pero no di marcha atrás.
- No es nada, en serio – reiteré y comencé una conversación completamente superficial para escapar.
Gracias por hacerme caso esta vez. Es mejor así, lo sabés. 
Mi parte racional se oía aliviada.
- Gracias a vos por no dejarme cometer una locura – le respondí a mi triunfal conciencia, mientras podía escuchar a mi subconsciente sollozar... ¿o era yo quien estaba a punto de derramar mil y una lágrimas?
- Lo-sien-to – le dije a mi parte pasional con la voz quebrada y casi apagada.
Él me miró extrañado y le hice un gesto con la mano para que siguiera con su parlamento. Le regalé una sonrisa falsa y seguimos conversando como si nada.




[- Osaka (大阪市) es la mayor ciudad de Japón después de Tokio. Se encuentra ubicada en la desembocadura del río Yodo, bahía de Osaka, en la isla principal de Honshū (本州). Es uno de los centros industriales más importantes de Japón y la capital de la prefectura de Osaka (大阪府). Forma parte de la región de Kansai y es el núcleo del área metropolitana Osaka-Kōbe-Kioto.]