Tan sólo debo alcanzar el borde...
Pensé, en un acto de desesperación, a medida que comenzaba a trepar.
Era mi única esperanza, la única forma de escapar de todo lo que me estaba acechando desde hacía un tiempo.
No podía más con ese tormento, no toleraba más los celos. No podía vivir con la ira, la bronca y el enojo incontrolables que estaban carcomiéndome esa esencia que todos tanto apreciaban en mí.
No podía entender cómo ni por qué la vida había decidido reírse de mí una vez más y me estaba quitando esa felicidad que había logrado rozar, pero a la cual nunca me había aferrado del todo, simplemente por esas estúpidas defensas que él siempre había intentado hacer desaparecer y que eran las únicas que habían logrado “estabilizarme” y “mantener mis emociones bajo control” durante este último tiempo.
Así que, ahora, cuando esas barreras ya no eran lo suficientemente poderosas como para detener o contener ese torrente de emociones, mis peores sensaciones y sentimientos se liberaban y creaban un terremoto más intolerable para mi pobre y débil cuerpo que todos aquellos que me habían sacudido los últimos tres meses.
Y ahí estaba yo, parada al borde de mi precipicio. Intentaba no pensar en todo lo que dejaría atrás, no quería ver que de verdad iba a destrozar muchas almas si eliminaba la mía. Pero ellos no necesitaban vivir con ese monstruo en el cual me estaba convirtiendo por culpa de un sentimiento que, en lugar de hacerme feliz, se había subdividido y reconvertido hasta el punto de llegar a consumirme.
Cinco metros. Esa era la altura que me tocaba atravesar hasta llegar al suelo. El cielo no se veía a causa de la oscuridad de la noche sin estrellas y la luna nueva. Un frío inaguantable helaba mis huesos, y yo sabía que alguna fuerza superior (o inferior, quién sabe) estaba ayudándome para que terminara de sufrir de una vez por todas y dejara de hacer sufrir a esos que tanto amaba. Todas las culpas eran mías y solamente mías, ese era motivo suficiente como para acabar con mi vida, sin contar los otros miles que escondía y no quería develar.
Repentinamente, un auto iluminó levemente la vereda con sus faroles y pude observar una sombra que se desplazaba con la rapidez de un gato, pero con la altura y entereza de un hombre. Una vez que estuvo lo suficientemente lejos, tomé impulso y me arrojé al vacío...
Cometí el estúpido error de pensar en todos ellos, en quienes dejaba viviendo mi desaparición, a medida que descendía, y la caída se hizo más lenta y tortuosa. Imaginaba sus rostros, heridos por mi causa, por MI MUERTE. Y no pude evitar que se me escapara una lágrima, que el frío congeló inmediatamente, antes de que mi caída fuera detenida por algo... O alguien.
Mi escepticismo era terrible. No podía haberme detenido. Seguramente ya había muerto y sentía que estaba siendo levantada del suelo para ser transportada hacía otra dimensión, al infierno, o como diablos quisieran llamarlo los seres humanos.
Pero no era así, alguien de verdad había detenido mi curso, justo unos centímetros antes de que mi cuerpo se desplomara contra el asfalto.
Una luz se encendió y pude ver su rostro.
Era él. No podía entender cómo demonios había hecho para llegar hasta mi casa tan rápido después de que dejara el mensaje de despedida en un e-mail que le había enviado horas antes; estaba convencida no lo iba a leer hasta el día siguiente, pero me equivoqué.
Me abrazó y prometió no volver a dejarme sola ni permitirme volver a cometer semejante locura. Yo sólo me aferraba a él, como si fuera el único ser que necesitaba ver y tratar. Me aferraba a él, como me había aferrado desde el primer momento, para no dejarlo escapar de mi vida ni por culpa de mis peores terremotos.



<El texto de arriba no tiene relación alguna con Japón y su cultura y no dice nada que pueda desprender uno de mis anexos, pero es algo que escribí y me gustaría compartirlo con el mundo. (Además, el blog es mío y puedo hacer y publicar lo que se me cante.)~>

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