BELLOSUEÑO

Ese día estaba agotada, no había logrado descansar nada la madrugada anterior, debido a que mis pesadillas estaban apoderándose de mí.
Michael y yo, Mary, caminábamos por una calle muy oscura de Tokio. Hablábamos de cómo la vida nos daba vuelta la cara, se reía de nosotros, nos escupía, nos tiraba al suelo, y nos volvía a levantar, sólo para seguir cacheteándonos. El día era frío, mi cuerpo quería la calidez de mi departamento, pero nada le importaba a mi corazón y mi alma, estando con Michael yo era más que feliz y no necesitaba nada más.
Él llevaba unos jeans de color azul, un buzo negro, zapatillas oscuras, y guantes de color rojo, su cabello le cubría parte del rostro pálido y, cada vez que le era posible, me regalaba una hermosa sonrisa o rozaba mis mejillas con sus manos. Yo tenía puestas una pollera y una remera con mangas, ambas de color negro, llevaba unos hermosos zapatos de taco alto, mi cabello estaba finamente recogido con dos mechones cayendo hacia los lados y el flequillo cubría mi ojo derecho.
Aunque el sólo hecho de estar con él me llenaba de gozo, yo no me encontraba del todo bien, y eso era algo que mi compañero no dudaba, algo le indicó que yo no era la misma ese día.
- Mary, ¿te sucede algo? - me preguntó con la mayor de las preocupaciones.
- No – le mentí descaradamente.
No dijo nada, pero en su mirada algo me mostraba que no se había creído mi engaño; lo vi preocupado (aunque sonriente) y supe que era por mi causa.
Yo sabía que trataba de comprender el por qué de tanto sufrimiento y la razón de todas las cosas malas que nos sucedían, pero era mas fuerte que él. Y, a su lado, esos ojos que no podían dejar de mirarlo y le gritaban que yo le pertenecía, luchaban por contener las lágrimas; un sentimiento de profundo dolor me decía que no era mío y que no me amaba y deseaba, como yo a él... pero no podía confesarle que ese era el motivo de mi tristeza.
Nos sentamos en el cordón de la vereda y, al notar que yo comenzaba a temblar, me envolvió con sus brazos para mantenerme abrigada. Yo quería quedarme allí de por vida; pero al parecer, las cosas buenas no son eternas.
Dos niñas con elegantes trajes rojos aparecieron de repente, me tomaron de la cintura y me arrastraron para llevarme con ellas; mientras él me seguía con sus ojos llenos de tristeza, a la vez que susurraba un “adiós”.
Un rato más tarde, me encontré sentada en un enorme salón, rodeada de rostros conocidos. Lo más parecido a una pesadilla (en el más literal de los sentidos) sucedía en ese lugar: una cena familiar repleta de amigos, conocidos y gente relacionada con mis padres. Ellos cantaban, gritaban, reían, conversaban y yo no podía tolerarlos; se sentían dichosos por un aumento de sueldo, una casa más grande, un auto nuevo, y tantas otras cosas materiales; se contentaban porque sus “mundos” se fortalecían pero, ¿sentirían la verdadera felicidad a través de esos factores? ¿Serían personas sólo por tener fuerza material?
¿Cómo era posible que un billete de más los llenara de jolgorio cuando todo lo que una persona necesita para estar completa y plena es un sentimiento y no una pileta de dólares?
Justamente eso era lo que me hacía superior a ellos (unos cuantos niveles más elevada). "Sentir" me hacía mejor, aunque ese sentimiento me estuviera consumiendo e implicara el mayor de los peligros: perderlo a él. Era feliz con el simple hecho de amarlo en secreto, sin recibir más que una sonrisa de su parte.
Bajé de mis pensamientos y de mis ideas utópicas cuando escuché una voz muy familiar que clamaba por mí. Me puse de pie y huí de la gran sala, perseguida por mi padre, quien me ordenaba a gritos que volviera o iba a tener problemas, una y otra vez. No le presté atención y me limité a seguir a la voz.
Logré salir de la gran casa y lo vi; frente a la enorme puerta enrejada estaba Michael esperándome, lleno de emoción en el rostro (algo que no entendía muy bien, ya que él no solía ser muy expresivo, pero que me llenaba de dicha).
- Michael, ¿qué hacés acá? ¡Qué hermosa sorpresa que hayas venido a verme! Te extrañé tanto, yo... – el miedo me detuvo. Había dejado caer las palabras una tras otra y temía que mi excitación repentina lo espantara.
Pero nada de eso sucedió.
- Shhh, no digas nada, Mary. Prestá mucha atención y escuchame atentamente, ¿si?
No era lo suficientemente fuerte como para negarme ante una petición suya.
- Está bien – le aseguré y me regaló otra hermosa sonrisa.
- Quiero... – Titubeó. Lo que tenía para decirme era importante, de otra manera no hubiese tomado un tiempo para re-comenzar.
- Quiero que nos vayamos lejos, que nos escapemos, por favor; no soporto más mi sufrimiento, pero el tuyo está matándome lenta y dolorosamente. Todo lo que deseo en esta vida es saber que sos feliz, y si de eso depende que dejes todo atrás, entonces estoy dispuesto a darte ese impulso para que lo intentes. Por favor Mary, vámonos juntos.
Me quedé muda. No podía creer que de verdad estuviera dispuesto a hacer eso; pero más me impresionaba que sus ojos se hubieran llenado de lágrimas a medida que su petición se hacía más intensa. Estaba anonadada.
Por supuesto que no dudaría en escaparme con él, pero ahí estaba mi padre, desaprobando a mi amor con una mirada de desprecio y asco; aún sin conocerlo y sin conocer su deseo, estaba segura que lo querría a kilómetros de mí.
- Mi padre, mi familia. ¿Qué hago con ellos? – le pregunté en voz baja, como buscando una solución que ninguno de los dos conocíamos.
- Por favor, te necesito conmigo para ser feliz. Ya no puedo soportarlo, y sé que tampoco vos podés – me susurró, con un dejo de tristeza en la voz y eso me partió al medio.
- Michael, no te angusties, por favor. No soporto verte así. No hay cosa que desee más en esta vida que estar a tu lado – no me importaba el sacrificio que acarreara eso, yo quería estar con él.
- ¿Entonces? Vení conmigo, seamos felices para siempre – sí, eso sonaba perfectamente hermoso, tanto que dolía.
- ¿Por qué yo, por qué querés ayudarme de manera tan urgente? ¿Por qué escaparnos juntos, Michael?
Ya me encontraba al borde de las lágrimas, y me intrigaba demasiado su desesperación por desaparecer conmigo.
- Porque te amo, Mary – sentenció y, a pesar de mi sorpresa, abrío la puerta y se acercó a mi para posar sus labios sobre los míos.
- Yo también te amo – le respondí cuando el beso se consumió y lo abracé con todas mis fuerzas.
- ¡Vámonos, ahora! – exclamó en voz muy baja.
Volteé y mi padre nos observaba, pálido como un muerto. Tomé la mano de Michael y huimos.
Me había escapado con ese único ser a quien había podido amar de corazón.
Inmediatamente después de que empezamos a correr, un pitido ensordecedor acabó con el encanto y desperté en mi cama, perturbada y sola. Sí, todos esos hermosos momentos habían sido parte de un sueño. 

Llovía en Londres, mi hogar actual, y eran las siete de la mañana. Comencé a llorar y a preguntarme por qué no me había quedado sumergida en ese mundo, con él, eternamente...




[Tokio (東京都) es la capital de facto de Japón. Está ubicada en el centro-este de la isla de Honshu, en la región de Kanto. Es el centro comercial, cultural, educativo, comunicacional, político y económico del país.]

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