La corta historia de la chica que leía a Stephen King


Beverly y su cabello rojo resaltaban entre los pasajeros del colectivo. Su mamá estaba esperando a que alguno de los hombres que ocupaban los asientos de adelante le cediera el lugar a su pequeña, quien tenía muchas ganas de leer el libro que su abuela le había prestado.
La niña estaba ansiosa y no paraba de cantar su molestia. A pesar de sus cortos nueve años, sabía muy bien lo que quería y lo que tenía que hacer. Entonces, se expresaba libremente sobre lo mucho que ansiaba sentarse para poder leer y adentrarse en las páginas desgastadas del libro que llevaba en sus manos, como si fuera su tesoro más grande.
Finalmente, uno de ellos se levantó y Beverly, después de sacarle la lengua, se sentó.
Comenzó a leer y, luego de las primeras líneas, pudo reconocer la palabra “miedo”.
Se estremeció.
Durante los veinte minutos de viaje no dejó de leer, el libro había capturado particularmente su atención. Pasó toda la noche en vela, leyendo.
A la mañana siguiente, cuando se levantó, la madre le había dejado su payaso de juguete sobre la mesa de luz.
Lo tomó entre sus manos, con miedo, con mucho miedo. Su frente sudaba y sus ojos estaban completamente dilatados. Arrojó el horrible muñeco a la basura.
El libro había dejado una enorme marca en ella. No quería volver a ver un payaso en su vida.
Desde ese momento, lloraría cada vez que Ronald Mc.Donald se le acercara en el local de comida rápida, o entraría en pánico cada vez que un payaso intentara tomar su mano en una fiesta infantil.
El libro que la niña había leído era “IT” y nunca podría sacarse el trauma que le había quedado con los payasos desde el momento en el que el miedo había sido sembrado en su alma. Principalmente, porque la única mujer entre los protagonistas de la historia tenía el mismo nombre que ella.

Las normas de los sentimientos

Rupert se dio vuelta y vio a Albert parado muy cerca de él. No se había percatado de ello, pero hacía un rato bastante largo que el inglés de veintiocho años lo perseguía mientras él atravesaba el largo dique, camino a la intersección, donde se encontraría con su ex novia.
Albert estaba dispuesto a todo, más en ese momento, cuando había logrado que su amigo notara su presencia.
Rupert, ese hermoso hombre de treinta y nueve años, de profundos ojos azules,  lo interrogó, le preguntó qué hacía ahí, por qué estaba siguiéndolo. Pero Albert no supo qué responder.
Tal vez, debía decirle que lo amaba, confesarle la verdad, admitir que estaba tan enfermo que se había enamorado perdidamente de su mejor amigo. Sabía que lo que sentía era pecaminoso y que sería penado por cualquiera de las leyes éticas y morales existentes, pero también estaba convencido de que las leyes que más le importaban, las normas de los sentimientos, no lo juzgarían jamás; ellas no le dirían qué estaba mal en lo que su capacidad creativa imaginaba cada vez que veía u oía a Rupert, a ellas no les importaría en lo absoluto que ambos fueran hombres, tan hombres y tan bellos que podrían tener a la mujer que quisieran... Y Albert sólo quería a Rupert, sólo ansiaba poseer su cuerpo y su corazón.
Antes de que Rupert pudiera formular otra pregunta, Albert se acercó a él y lo besó, lo besó con tanta pasión que las poco profundas aguas del río se abrieron; el suelo de ambos tembló cuando Rupert respondió a ese beso de manera violenta y muy pasional.
Finalmente había perdido el miedo y estaba amando al hombre de sus sueños.

No me gusta la persona que intenta conquistarme con una gran billetera abultada. Ese que tiene dinero a montones para atrapar a alguien, muchas veces es un ser cuadrado que no sabe cómo tratar a una mujer. 
El dinero me baja a la tierra, me saca las ganas de volar.
En mi caso, prefiero a alguien que me lleve a pasear por la orilla de un río, de noche, y me tome por sorpresa colocando sus brazos alrededor de mis hombros; alguien que de repente me de un beso, cuando nadie nos vea, creando un juego en el que seamos cómplices. Cómplices del deseo y la pasión y de las ganas de volar para nunca volver a tocar tierra firme.

Mi Alexis:

A veces las dudas me asaltan, muchas preguntas me invaden… ¿Nunca se te ocurrió cuestionar cómo sucedían algunas cosas en este mundo? ¿Nunca sentiste curiosidad sobre lo que muchos llaman destino, ni tuviste una necesidad bestial de meterte en él y averiguar el por qué de todo lo que viviste?
A mí, particularmente, me hubiera encantado saber por qué llegué hasta acá, qué fue lo que me encerró en lo que ambos vivimos. Desearía saber qué giro retorcido del destino decidió que me quedara atrapado y no pudiera avanzar por miedo a perderte.
Te preguntarás ahora qué es lo que me pasa, por qué se me ocurrió empezar desde las primeras líneas de una manera tan particular… Bueno, existen diferentes variables que me condujeron a esto. Y, a decir verdad, ni yo sé qué estoy haciendo, creo que no tengo ni idea de tamaña locura que estoy a punto de cometer, aún así me arrojo al estanque lleno de agua y de tiburones y comienzo una carta de la manera menos convencional.
¿Por qué?  Porque tengo mucho miedo. Hace bastante tiempo que un sentimiento me asalta el alma y tengo terror de admitir que ahí está, esperando agazapado para hacer desastres con mi corazón, para que ni vos, ni yo, ni nadie pueda detenerlo.
El amor es muy cruel, y por más que nos preguntemos un millón de veces cuál es la razón que nos puso en semejante situación como la de amar incondicionalmente a alguien, nunca encontraremos una respuesta, porque no existe respuesta válida para lo que la razón no puede controlar. 
Y la verdad es que yo te amo, Alexis. Te amo y eso está consumiéndome poco a poco. El amor que siento por vos se ha llevado lo mejor de mí y ha dado paso a la locura, pero no a una locura sana y disfrutable, como esa que tanto me gustaba saborear cuando estábamos juntos. No. El amor que siento por vos ha instalado en mi alma la locura animal, una locura que podría dañar hasta a la persona más sana y corromperla hasta los huesos. No te das una idea de lo mucho que padezco este amor, de lo mucho que duele verte caminar cerca de mí, pasear tranquila por la vida mientras yo me desarmo internamente, mientras el dolor me carcome y me obliga a mentirte todo el tiempo. 
¿Cuántas veces he fingido una sonrisa sólo para disfrutar cómo se iluminaba tu rostro al verla? Porque mi bienestar ha sabido preocuparte más que nada, incluso cuando aún no éramos amigos. Y nada me importa más que vos, que ver cómo esos ojos celestes se llenan de emoción al creer que soy la persona más feliz en este mundo. Pero no lo soy, porque cada recuerdo, cada caricia, cada beso desgarran mi alma de una manera infernal.
Todavía recuerdo la primera vez que hablamos de nosotros. Recuerdo ese deseo que tenías de llenar de besos cada centímetro de mi cuerpo y no dejar un lugar sin besar… Y cumpliste con tu promesa un tiempo después, no dejaste una parte de mi cuerpo sin ser ocupada por tus labios. No puedo olvidar lo que me hiciste sentir esa noche, nunca voy a poder hacerlo, porque mientras para vos no era más que placer, yo estaba entregándole mi cuerpo a la persona que amaba, estaba dándole todo al único ser al que le pertenecía, al único ser que había logrado conquistar mi corazón y mi alma.
Y como esa noche tuvimos muchas más, podría nombrártelas todas, recordarlas con detalle, contarte cuándo, cómo y dónde hicimos el amor hasta cansarnos, porque el amanecer y las responsabilidades nunca fueron un límite real para nosotros… 
Pero lo que sí es un impedimento para “nuestro amor”, es ese loco corazón tuyo, esas emociones incluso más incontrolables que las mías.  Lo que más me gustó de vos, lo que más me atrapó, desapareció en el momento en el que te diste cuenta de que estabas a un paso de enamorarte. 
¿Te acordás de ese día en el que me dijiste que vos eras un alma libre, un corazón que no iba a dejar entrar a nadie más? Eso ya no existe, son palabras que el viento supo llevarse para no volver a traerlas. Siempre amé esa libertad casi insoportable que te jactabas de tener, tu espíritu sensible pero feliz, a pesar de las adversidades; algo que desapareció ese día, cuando me dijiste “creo que siento algo por una persona”. Idiota yo, al pensar que de una vez y por todas me declararías tu amor, por creer en tu libre y estúpido corazón, por imaginar que tus malditos ideales podrían llegar a reconocerme a mí, esa persona que pasaba jornadas enteras a tu lado, durmiendo abrazado a una almohada porque no te gustaba que nadie te tocara cuando entrabas al mundo de los sueños. Ingenuo yo por creer que tus mejillas se teñían de rojo carmesí al imaginar mi rostro, o nuestros cuerpos unidos.
“Ya no vamos a poder vernos”, dijiste, “él me corresponde en cuerpo y alma”… Y mi mundo entero se desmoronó. Sonreí, como un estúpido, te abracé y te felicité. ¿Por qué hice eso? Supongo que fueron las ganas de verte feliz, que nunca puedo enterrar, las que me obligaron a darte mi bendición en lugar de cantarte mis verdades a la cara. Ese no era el momento indicado para confesarte mi amor, para declararme perdidamente enamorado de vos como lo estaba. Ahora tampoco lo es, pero si guardo todo esto en mi alma un día más sin decírtelo, va a matarme. Porque el amor no es algo que puede pasarse de largo y dejarse en el camino, como en cierto punto hiciste conmigo.
Aún recuerdo las promesas que nos hicimos el uno al otro, esas palabras tan lindas que endulzaban mis oídos y mi vida, esas palabras con las que me encantaste.
No puedo vivir de recuerdos, porque duelen, más aún cuando tu corazón le pertenece a alguien más. Por eso mismo estoy escribiendo esta carta, con lágrimas en los ojos, a pesar de lo mucho que me cuesta llorar, cada vez más desesperado con la simple idea de perderte después de que llegues al punto final; porque, a pesar de todo, te amo y te voy a amar siempre, vas a ser la dueña de mi corazón aunque pasen mil y un mujeres por mi vida. Ninguna de ellas va a asemejarse a vos, ninguna va a tener tus ojos ni tu forma de besar, ninguna va a tener esa dulzura que te caracteriza al acariciar ni esa sonrisa de ángel.
Tal vez esto no sea más que un castigo divino por la cantidad de gente que lastimé a lo largo de mi vida, todas las personas que pude llevar de la nariz y “amar” a mi gusto, nunca desde el fondo de mi corazón y sólo con el cuerpo.
Te pido perdón por haberme enamorado de vos, de la única persona que nunca pude poseer.
Te amo, desde el fondo de mi corazón, con el cuerpo y con el alma, con todo lo que soy y poseo. Sería capaz de dejarlo todo por pasar una noche más envuelto en tu cuerpo, embriagándome con tus labios, mirándote a los ojos mientras vuelvo a la vida desde las mismísimas tinieblas.

Para siempre.

Tu Sebastián.



Carta de amor.
Redactada el 20 de Octubre de 2012.

CANDY (primera parte)


Estacioné el convertible rojo en la entrada al complejo de edificios situado en las afueras de Tokio. Miré para todos lados. No había nadie ahí.
Era raro que mi amiga Candy no estuviera esperándome, ella era la puntual de las dos, la que llegaba veinte minutos antes a todo, la que me llamaba por teléfono para despertarme cuando teníamos que ir a pasear, porque sabía que yo no me despertaría por mi cuenta.
“Narumi, buenos días. Por lo que escucho en tu voz no te despertaste hasta que sonó el celular con mi llamado, ¿verdad?”, era lo que solía decirme cada vez que teníamos alguna intención de salir juntas. Su vos se oía insoportablemente fuerte hasta que le indicaba que ya me había levantado y que iba a bañarme; sólo en ese momento, me susurraba que me esperaría en tal o cual lugar, a la hora que ya habíamos acordado previamente.
Siempre era así con ella, me sacaba de mis más oscuros y profundos abismos con sólo una palabra y podía hacer lo que quisiera conmigo, porque iba a obedecerla de todos modos.
Yo tenía un carácter bastante particular, no era una mujer muy alegre, en realidad lo era, pero no de la misma manera que una persona “normal”. Las cosas que a mí me sacaban una sonrisa eran muy pocas y todas estaban relacionadas con Candy. Mi cara de póker o mi seño fruncido las veinticuatro horas del día eran cosas que sólo ella soportaba, ya que el resto del mundo se mantenía alejado de mí por miedo a que los mordiera. 
Candy, por el contrario, siempre tenía una sonrisa en el rostro, le regalaba un buen gesto hasta a su peor enemigo, era amable hasta con las cucarachas. Éramos tan diferentes que nadie entendía cómo habíamos sido amigas durante tanto tiempo.
Y ahí estaba yo, esperándola por primera vez en tanto tiempo, porque esa mañana no había llamado por teléfono, me había levantado una hora más tarde y, por consecuencia, estaba llegando una hora tarde a nuestro encuentro. Al cabo de veinte minutos, mi amiga seguía sin aparecer. Comencé a preocuparme, por lo que salí del auto, coloqué la alarma y me dirigí hacía el interior del complejo. No estaba exagerando, ya que ella me esperaba siempre, por más tarde que llegara a verla, nunca volvía a su casa enojada por haberla dejado plantada, ella sabía que eventualmente llegaría. Pero, esa vez no me había dado indicación alguna de dónde nos veríamos, lo mismo que hacía cada vez que debía pasar por su casa.
Toqué el timbre del departamento dos veces.
No recibí respuesta.
Agarré mi llave de emergencia y abrí. Me dirigí hacia la escalera y, preocupada, subí uno a uno los pisos hasta llegar al departamento de Candy.
Abrí la puerta sigilosamente con mi llave y, cuando logré estar adentro, me encontré con un panorama que no esperaba: Candy y un chico de cabello rojo estaban revolcándose en la alfombra, sus remeras en el suelo y sus bocas unidas.
La mujer que siempre había amado, estaba con alguien más.

~Continuará...~

Alguien que se fue


Todos tenemos alguien con quien compartimos todo. Podemos aparentar que somos fuertes como individuos, pero necesitamos de una comunidad para desarrollarnos perfectamente como tales. Y, más aún, necesitamos una persona con la que creamos una relación mucho más estrecha, quien puede estar dentro de nuestro núcleo familiar o fuera, y es el ser con el que vamos a compartir desde mínimas lágrimas hasta inagotables sonrisas; es, probablemente, la persona que más nos entiende en este mundo, un ser con el que podemos comunicarnos mediante una mirada y saber que piensa exactamente lo mismo, ya sea que una película es aburrida, o que una canción es emocionante, o que una persona nos saturó la paciencia. Esos códigos secretos que se desarrollan entre ambos pueden enojar a más de uno que no los comprende, pero siempre divertirnos hasta el hartazgo ya que, por alguna razón, la vida unió a esas dos almas que estaban predestinadas.
Pero, hipotéticamente, ¿qué sucedería si, de un día para el otro, esa persona desapareciera de nuestras vidas como por arte de magia, sin dejar rastros, como si nunca hubiera existido?
Al principio, lloraríamos mucho, nos enojaríamos con la vida sin actuar de manera consciente. Nos dejaríamos llevar por esas emociones negativas y le preguntaríamos por qué a todas las cosas que nos recuerdan a esa persona: por qué nos abandonó, por qué nos dejó solos, por qué tan de repente, por qué de esa manera, etcétera.
Después, en la segunda fase del duelo, andaríamos en las nubes, paseando por un limbo desconocido, sin saber bien qué hacer o qué decir; pero no en estado zombie eh, no confundamos, sería más bien un estado de desconocimiento, algo parecido a no querer asumir la realidad o la existencia de ese ser.
Después de andar durante unos días como despistados, llegaría el momento de jugar a ser seres superados, que ya hubiéramos asumido todo y estaríamos dispuestos a darle un giro radical a nuestras vidas, porque seríamos mejores que todo eso y no tendríamos por qué depender de una persona a la que no le importamos. Seríamos fuertes y podríamos sonreír, salir de joda, tomar, divertirnos y tantas otras cosas que haríamos con esa persona que “se la pierde”.
Aunque, en la última etapa, todo eso se iría al carajo después de haber visto una foto que nos sacamos con ese que se fue, o después de haber leído una carta, o después de haber escuchado una canción de esas miles que compartíamos. El dolor sería insoportable, incluso peor que en el momento del adiós, porque estaría acumulado en el alma, latente, esperando agazapado para salir a la superficie y estallar en un mar de lágrimas, lágrimas que derramaríamos cada noche pidiéndole a las estrellas y a la vida que devolvieran a esa persona a nuestras vidas.
Pero eso no sucedería, porque alguien que se va nunca vuelve a ser igual y nunca vuelve a la vida del que dejó abandonado en un rincón. Tendríamos que asumirlo, finalmente, llorar hasta que se secaran los ojos, llorar sin consuelo, sin actuar de manera consciente, deseando morir en muchos momentos, pero siguiendo adelante casi por costumbre.
El vacío en el alma se haría cada día más intenso y el dolor sería cada vez peor, pero seguiríamos mostrando una sonrisa ante el mundo, mientras en soledad derramaríamos mil y una lágrimas sabiendo que esa persona nunca va a regresar, sin volver a confiar de esa manera en nadie más, buscando enterrar a quien nos dejó en el fondo del alma, pero nunca pudiendo conseguir semejante cosa.
La herida no sanaría jamás.
Si ahora estuvieras conmigo, no podría pensar con claridad, estaría todo el tiempo dando vueltas por el aire, mi espíritu no podría quedarse quieto y no pisaría tierra firme.
Si estuvieras a mi lado, te daría todos los besos que nunca di, respiraría a través de tus labios y me perdería en tus ojos para nunca volver a encontrarme. Pasearía mis manos por tu piel hasta cansarme y jugaría a amarte con el alma y con el cuerpo.
Si te tuviera entre mis brazos a la hora de dormir, si es que eso fuera posible, te abrazaría con todas mis fuerzas... y jamás te dejaría ir.

Querida persona a quien va dirigida esta carta:
Tengo algo que me encantaría decirte y es que te quiero.
Hacía mucho tiempo que no me sentía así, hacía mucho tiempo que con un simple “hola” no se me ponía la piel de gallina. Lograste que volviera a confiar en que alguien podía verme linda, conseguiste apartar muchas de las trabas que me puse a lo largo de mi vida, para hacerme ser un poco más feliz; me devolviste, poco a poco, un sentimiento que creí desterrado en el fondo de mi alma.
Aunque no te des cuenta, a veces noto que transitás a través de mí con más cautela de la que deberías y sé que lo hacés por miedo a lastimarme; porque, aunque aparentes ser fría, fuerte y desconsiderada, sos lo más dulce que se cruzó en mi camino en este último tiempo y no puedo parar de pensar en vos.
Hace mucho tiempo que no puedo sacarme a alguien de mi mente, hace mucho que no logro que te apartes de mis pensamientos, estás todo el tiempo ahí, me armás y me desarmás a tu gusto. No te mentiría si te dijera que estoy dispuesta a hacer cualquier cosa por verte feliz, más allá de que el noventa porciento del tiempo me siento inútil y siento que no te ayudo.
Mientras escribo estas líneas, no puedo evitar que algunas lágrimas se escapen de mis ojos porque no estás a mi lado y todo lo que deseo en esta fría y oscura noche es un abrazo tuyo… Pero tengo demasiado miedo, mucho miedo, me asusta tanto la idea de perderte que no te digo cuán profundos son mis sentimientos y sigo jugando a que todo es una broma.
Lo único que espero es que, algún día, puedas darte cuenta de lo mucho que me importás y de lo mucho que te quiero acá, haciendo que mis demonios desaparezcan cada noche.
Atentamente.
La persona que emite esta carta.

Pensamientos desordenados (antes de dormir)


Quiero dormir y soñarte, nada más que soñarte.
Cuando cierre los ojos, todo lo que deseo tener y ver es tu rostro.
Quiero que me beses, que me desees, que me des ese abrazo que tanto necesito.
Quiero que me pertenezcas y eso sólo puede suceder en el mundo de los sueños.
Deseo cerrar los ojos ya mismo, porque sos lo primero que se cruza frente a mí cuando lo hago.
Si sólo un sueño va a unirnos, deseo que cierres los ojos al mismo tiempo que apago los míos, para que nos podamos encontrar.
Dormiría toda la vida, hasta la muerte, para tenerte a mi lado por toda la eternidad.
Si no dejarme implica nunca abandonar ese mundo de fantasía, exijo que te quedes ahí, conmigo, hasta que se termine la noche, hasta que nos cansemos de amarnos…
Aunque te lo pida de rodillas, jamás me dejes despertar.

Y sé que jamás seré tu musa


Estabas ahí sentada y te sentí muy cerca. No pude encontrarme con tu rostro pero algo en mi indicó que ahí te encontrabas.
Sin vernos reconocí tu mirada, me conquistaron tus dulces palabras. Y si bien era todo muy hermoso, eso que decías llevaba un mensaje de soledad y melancolía.
Lo que mas me atrajo de tu persona fue esa forma tan tranquila y a la vez tan paranoica de contarme tu vida; el modo de gritarnos a mi y a este terrible mundo esas locuras y raras ideas que se paseaban por tus pensamientos y que sólo a mi me resultaron interesantes y atrayentes. Eso que plasmaste en el aire llenó mi corazón y me hizo pensar mas en vos. Cargadas de sentimiento desde el fondo de tu alma, esas frases perdidas en una agria sinfonía se transformaron en la droga que yo necesitaba, la medicina que me hacía revivir en cada encuentro y volaba mi mente en mil pedazos, me elevaba y me llevaba lejos sin importar a dónde y sin preocuparme por volver a poner los pies en tierra firme.
Pero, al pasar el efecto, me encontré frente a este bendito juego de palabras, y aún sabiendo que no era yo la que invadía tus sueños me senté a escribir lo que controlaba los míos.
Sigo escribiendo por vos, contándote lo que siento y vos siendo mi inspiración, aunque sepa que no te das cuenta y que todas estas palabras quizá no te ayuden a reconocer lo que verdaderamente siento...
Seguramente nunca llegue a ser esa que te saque las ganas de dormir.

Una disculpa



Voy a pedirte perdón...
Perdón por sacar temas poco interesantes cuando hablamos; perdón por ser tan impredecible y por resultar tan interesante a veces.
Quiero disculparme por la cantidad de veces que te obligué a que perdieras la tranquilidad por mí y por esas en las que me preocupé de más por vos.
Me gustaría que aceptaras mis disculpas por haberte dado tantas malas noticias juntas y nunca una buena tras otra, por haberte regalado más lágrimas que risas y más golpes que abrazos.
Lamento haberte comunicado tantas verdades duras. Perdón por mis chistes malos y mis bromas de mal gusto, son cosas que hasta a mí misma me sacan canas verdes.
Lamento mis depresiones y como te afectan.
Pero lo que más lamento, y por lo que más quiero pedirte perdón esta noche, es este amor que siento por vos.

Secreto


El joven alto, rubio y esbelto se sentó del otro lado de la mesa y miró a su novio. Tenía puestos un par de lentes de sol y llevaba un sobre en las manos. 
Si bien no estaban en el interior de la cafetería y habían reservado una mesa afuera, en el salón privado sin techo, el lugar estaba completo y todas las mesas ocupadas. Sin embargo, no les importó, estaban acostumbrados al movimiento constante de gente que había en Tokio.
El otro muchacho, de cabello negro y un poco más bajo que el rubio, sostenía un cigarrillo en una mano y un café negro en la otra. Tras sus lentes negros intentaba contener sus emociones más negativas. 
No le dijo nada al rubio, simplemente lo miró. Iba a dejarlo hablar primero, iba a dejar que él iniciara la conversación para luego cantarle su verdad, para confesarle que lo había engañado. Sentía vergüenza de sí mismo, se odiaba por estar a punto de romperle el corazón a la única persona que había amado, el único que había conseguido colarse en su vida hasta los huesos. Cruzó las piernas y apagó el cigarrillo en el cenicero que tenía a un costado. 
Bajo los lentes de sol, su novio de perfectas facciones mantenía los ojos cerrados. No podía mirar al morocho, no podía perderse en esas sensaciones que le generaba tenerlo en frente, pero con el simple hecho de tenerlo al un metro de distancia perdía la concentración.
Se quitó los lentes. Aún con los ojos cerrados, abrió la boca titubeando, pero ninguna palabra salió y, finalmente, se limitó a alcanzarle el sobre a su pareja.
El chico de pelo oscuro tomó entre sus manos el sobre de papel madera y lo abrió; vació su contenido sobre la mesa. Las fotos de una chica ligera de ropas besando a un hombre de alborotada melena rubia lo dejaron helado. No se atrevió a mirar a su novio en ningún momento, pero sabía que estaba llorando porque podía escucharlo. Cuando terminó de pasar las fotos las dejó sobre la mesa.
Escuchó una silla moverse y vio como el amor de su vida se acercaba lentamente a él, con los ojos llenos de lágrimas.
- ¿Qué se siente que la persona que más te ama te rompa el corazón? - le preguntó el rubio al morocho, mirándolo de frente, antes de darle un beso en los labios y huir de la cafetería, dejando al amor de su vida con su secreto a cuestas.


Tengo tanto miedo de mostrarte lo mucho que te quiero...
Quizá me frene el hecho de que soy una cobarde por naturaleza y prefiero lo seguro antes que lo desconocido.
Tal vez sea el temor a tenerte demasiado cerca y ya yo poder dejarte, no querer alejarme de tu lado ni siquiera por necesidad, ni aunque estarte rondando me hiciera pedazos el alma.
Probablemente me perturbe el dolor que me ocasionaría que te pudieras distanciar de mí una vez más y ya no querer luchar contra eso.
Seguramente sean esos los motivos por los que contengo mis impulsos más humanos. Tal vez, por eso evito mirarte a los ojos: temo que me atrapen, como lo han hecho tus misterios y tu inteligencia, y ya no me dejen ir.
El miedo a perderte no me deja que te grite en la cara lo mucho que me conformaría con hacerte feliz sin pedir nada a cambio más que tu eterna sonrisa. 
Por favor, nunca te alejes de mi lado, sin vos soy un cuerpo sin alma.


<Otro pensamiento colgado. Si me animo, voy a publicar un texto muy personal que escribí hace aproximadamente un mes.>

BELLOSUEÑO

Ese día estaba agotada, no había logrado descansar nada la madrugada anterior, debido a que mis pesadillas estaban apoderándose de mí.
Michael y yo, Mary, caminábamos por una calle muy oscura de Tokio. Hablábamos de cómo la vida nos daba vuelta la cara, se reía de nosotros, nos escupía, nos tiraba al suelo, y nos volvía a levantar, sólo para seguir cacheteándonos. El día era frío, mi cuerpo quería la calidez de mi departamento, pero nada le importaba a mi corazón y mi alma, estando con Michael yo era más que feliz y no necesitaba nada más.
Él llevaba unos jeans de color azul, un buzo negro, zapatillas oscuras, y guantes de color rojo, su cabello le cubría parte del rostro pálido y, cada vez que le era posible, me regalaba una hermosa sonrisa o rozaba mis mejillas con sus manos. Yo tenía puestas una pollera y una remera con mangas, ambas de color negro, llevaba unos hermosos zapatos de taco alto, mi cabello estaba finamente recogido con dos mechones cayendo hacia los lados y el flequillo cubría mi ojo derecho.
Aunque el sólo hecho de estar con él me llenaba de gozo, yo no me encontraba del todo bien, y eso era algo que mi compañero no dudaba, algo le indicó que yo no era la misma ese día.
- Mary, ¿te sucede algo? - me preguntó con la mayor de las preocupaciones.
- No – le mentí descaradamente.
No dijo nada, pero en su mirada algo me mostraba que no se había creído mi engaño; lo vi preocupado (aunque sonriente) y supe que era por mi causa.
Yo sabía que trataba de comprender el por qué de tanto sufrimiento y la razón de todas las cosas malas que nos sucedían, pero era mas fuerte que él. Y, a su lado, esos ojos que no podían dejar de mirarlo y le gritaban que yo le pertenecía, luchaban por contener las lágrimas; un sentimiento de profundo dolor me decía que no era mío y que no me amaba y deseaba, como yo a él... pero no podía confesarle que ese era el motivo de mi tristeza.
Nos sentamos en el cordón de la vereda y, al notar que yo comenzaba a temblar, me envolvió con sus brazos para mantenerme abrigada. Yo quería quedarme allí de por vida; pero al parecer, las cosas buenas no son eternas.
Dos niñas con elegantes trajes rojos aparecieron de repente, me tomaron de la cintura y me arrastraron para llevarme con ellas; mientras él me seguía con sus ojos llenos de tristeza, a la vez que susurraba un “adiós”.
Un rato más tarde, me encontré sentada en un enorme salón, rodeada de rostros conocidos. Lo más parecido a una pesadilla (en el más literal de los sentidos) sucedía en ese lugar: una cena familiar repleta de amigos, conocidos y gente relacionada con mis padres. Ellos cantaban, gritaban, reían, conversaban y yo no podía tolerarlos; se sentían dichosos por un aumento de sueldo, una casa más grande, un auto nuevo, y tantas otras cosas materiales; se contentaban porque sus “mundos” se fortalecían pero, ¿sentirían la verdadera felicidad a través de esos factores? ¿Serían personas sólo por tener fuerza material?
¿Cómo era posible que un billete de más los llenara de jolgorio cuando todo lo que una persona necesita para estar completa y plena es un sentimiento y no una pileta de dólares?
Justamente eso era lo que me hacía superior a ellos (unos cuantos niveles más elevada). "Sentir" me hacía mejor, aunque ese sentimiento me estuviera consumiendo e implicara el mayor de los peligros: perderlo a él. Era feliz con el simple hecho de amarlo en secreto, sin recibir más que una sonrisa de su parte.
Bajé de mis pensamientos y de mis ideas utópicas cuando escuché una voz muy familiar que clamaba por mí. Me puse de pie y huí de la gran sala, perseguida por mi padre, quien me ordenaba a gritos que volviera o iba a tener problemas, una y otra vez. No le presté atención y me limité a seguir a la voz.
Logré salir de la gran casa y lo vi; frente a la enorme puerta enrejada estaba Michael esperándome, lleno de emoción en el rostro (algo que no entendía muy bien, ya que él no solía ser muy expresivo, pero que me llenaba de dicha).
- Michael, ¿qué hacés acá? ¡Qué hermosa sorpresa que hayas venido a verme! Te extrañé tanto, yo... – el miedo me detuvo. Había dejado caer las palabras una tras otra y temía que mi excitación repentina lo espantara.
Pero nada de eso sucedió.
- Shhh, no digas nada, Mary. Prestá mucha atención y escuchame atentamente, ¿si?
No era lo suficientemente fuerte como para negarme ante una petición suya.
- Está bien – le aseguré y me regaló otra hermosa sonrisa.
- Quiero... – Titubeó. Lo que tenía para decirme era importante, de otra manera no hubiese tomado un tiempo para re-comenzar.
- Quiero que nos vayamos lejos, que nos escapemos, por favor; no soporto más mi sufrimiento, pero el tuyo está matándome lenta y dolorosamente. Todo lo que deseo en esta vida es saber que sos feliz, y si de eso depende que dejes todo atrás, entonces estoy dispuesto a darte ese impulso para que lo intentes. Por favor Mary, vámonos juntos.
Me quedé muda. No podía creer que de verdad estuviera dispuesto a hacer eso; pero más me impresionaba que sus ojos se hubieran llenado de lágrimas a medida que su petición se hacía más intensa. Estaba anonadada.
Por supuesto que no dudaría en escaparme con él, pero ahí estaba mi padre, desaprobando a mi amor con una mirada de desprecio y asco; aún sin conocerlo y sin conocer su deseo, estaba segura que lo querría a kilómetros de mí.
- Mi padre, mi familia. ¿Qué hago con ellos? – le pregunté en voz baja, como buscando una solución que ninguno de los dos conocíamos.
- Por favor, te necesito conmigo para ser feliz. Ya no puedo soportarlo, y sé que tampoco vos podés – me susurró, con un dejo de tristeza en la voz y eso me partió al medio.
- Michael, no te angusties, por favor. No soporto verte así. No hay cosa que desee más en esta vida que estar a tu lado – no me importaba el sacrificio que acarreara eso, yo quería estar con él.
- ¿Entonces? Vení conmigo, seamos felices para siempre – sí, eso sonaba perfectamente hermoso, tanto que dolía.
- ¿Por qué yo, por qué querés ayudarme de manera tan urgente? ¿Por qué escaparnos juntos, Michael?
Ya me encontraba al borde de las lágrimas, y me intrigaba demasiado su desesperación por desaparecer conmigo.
- Porque te amo, Mary – sentenció y, a pesar de mi sorpresa, abrío la puerta y se acercó a mi para posar sus labios sobre los míos.
- Yo también te amo – le respondí cuando el beso se consumió y lo abracé con todas mis fuerzas.
- ¡Vámonos, ahora! – exclamó en voz muy baja.
Volteé y mi padre nos observaba, pálido como un muerto. Tomé la mano de Michael y huimos.
Me había escapado con ese único ser a quien había podido amar de corazón.
Inmediatamente después de que empezamos a correr, un pitido ensordecedor acabó con el encanto y desperté en mi cama, perturbada y sola. Sí, todos esos hermosos momentos habían sido parte de un sueño. 

Llovía en Londres, mi hogar actual, y eran las siete de la mañana. Comencé a llorar y a preguntarme por qué no me había quedado sumergida en ese mundo, con él, eternamente...




[Tokio (東京都) es la capital de facto de Japón. Está ubicada en el centro-este de la isla de Honshu, en la región de Kanto. Es el centro comercial, cultural, educativo, comunicacional, político y económico del país.]

Tan sólo debo alcanzar el borde...
Pensé, en un acto de desesperación, a medida que comenzaba a trepar.
Era mi única esperanza, la única forma de escapar de todo lo que me estaba acechando desde hacía un tiempo.
No podía más con ese tormento, no toleraba más los celos. No podía vivir con la ira, la bronca y el enojo incontrolables que estaban carcomiéndome esa esencia que todos tanto apreciaban en mí.
No podía entender cómo ni por qué la vida había decidido reírse de mí una vez más y me estaba quitando esa felicidad que había logrado rozar, pero a la cual nunca me había aferrado del todo, simplemente por esas estúpidas defensas que él siempre había intentado hacer desaparecer y que eran las únicas que habían logrado “estabilizarme” y “mantener mis emociones bajo control” durante este último tiempo.
Así que, ahora, cuando esas barreras ya no eran lo suficientemente poderosas como para detener o contener ese torrente de emociones, mis peores sensaciones y sentimientos se liberaban y creaban un terremoto más intolerable para mi pobre y débil cuerpo que todos aquellos que me habían sacudido los últimos tres meses.
Y ahí estaba yo, parada al borde de mi precipicio. Intentaba no pensar en todo lo que dejaría atrás, no quería ver que de verdad iba a destrozar muchas almas si eliminaba la mía. Pero ellos no necesitaban vivir con ese monstruo en el cual me estaba convirtiendo por culpa de un sentimiento que, en lugar de hacerme feliz, se había subdividido y reconvertido hasta el punto de llegar a consumirme.
Cinco metros. Esa era la altura que me tocaba atravesar hasta llegar al suelo. El cielo no se veía a causa de la oscuridad de la noche sin estrellas y la luna nueva. Un frío inaguantable helaba mis huesos, y yo sabía que alguna fuerza superior (o inferior, quién sabe) estaba ayudándome para que terminara de sufrir de una vez por todas y dejara de hacer sufrir a esos que tanto amaba. Todas las culpas eran mías y solamente mías, ese era motivo suficiente como para acabar con mi vida, sin contar los otros miles que escondía y no quería develar.
Repentinamente, un auto iluminó levemente la vereda con sus faroles y pude observar una sombra que se desplazaba con la rapidez de un gato, pero con la altura y entereza de un hombre. Una vez que estuvo lo suficientemente lejos, tomé impulso y me arrojé al vacío...
Cometí el estúpido error de pensar en todos ellos, en quienes dejaba viviendo mi desaparición, a medida que descendía, y la caída se hizo más lenta y tortuosa. Imaginaba sus rostros, heridos por mi causa, por MI MUERTE. Y no pude evitar que se me escapara una lágrima, que el frío congeló inmediatamente, antes de que mi caída fuera detenida por algo... O alguien.
Mi escepticismo era terrible. No podía haberme detenido. Seguramente ya había muerto y sentía que estaba siendo levantada del suelo para ser transportada hacía otra dimensión, al infierno, o como diablos quisieran llamarlo los seres humanos.
Pero no era así, alguien de verdad había detenido mi curso, justo unos centímetros antes de que mi cuerpo se desplomara contra el asfalto.
Una luz se encendió y pude ver su rostro.
Era él. No podía entender cómo demonios había hecho para llegar hasta mi casa tan rápido después de que dejara el mensaje de despedida en un e-mail que le había enviado horas antes; estaba convencida no lo iba a leer hasta el día siguiente, pero me equivoqué.
Me abrazó y prometió no volver a dejarme sola ni permitirme volver a cometer semejante locura. Yo sólo me aferraba a él, como si fuera el único ser que necesitaba ver y tratar. Me aferraba a él, como me había aferrado desde el primer momento, para no dejarlo escapar de mi vida ni por culpa de mis peores terremotos.



<El texto de arriba no tiene relación alguna con Japón y su cultura y no dice nada que pueda desprender uno de mis anexos, pero es algo que escribí y me gustaría compartirlo con el mundo. (Además, el blog es mío y puedo hacer y publicar lo que se me cante.)~>

Shi


Miró para todos lados y no vio a nadie cerca. Subido al banquito, intentó arrastrarse para bajar y así poder alcanzar el otro lado de la jaula, pero algo hacía presión en sus piernas y no encontró una forma de  moverlas para poder levantarlas.
Supo que tenía que encontrar otra forma de salir de ahí y optó por trepar sobre el asiento para poder así deslizarse. Movió sus extremidades delanteras, se aferró con uñas al respaldo y serpenteó, arrastró el cuerpo por sobre las tablas de madera, buscando poder llegar al suelo. A mitad de camino se sintió muy agotado; no era lo suficientemente fuerte como para seguir, no sin sus queridas patitas… Pero no dejó de intentarlo y, cuando llegó al extremo del banquito, se arrojó al suelo para poder seguir.
Un chillido de dolor  retumbó en los rincones de su celda. Creyó, tal vez, que la caida de veinte centímetros no iba a doler, pero su brazo se lastimó gravemente cuando llegó al suelo. Ese grito de sufrimiento que se desprendió desde su garganta lo aturdió y no lo dejó pensar durante algunos minutos. Llorando, casi arrastrándose sobre sus lágrimas, siguió su camino hasta el otro lado de la habitación. Antes de llegar a la puerta, vio un kanji anotado en una de las paredes. ¿Qué podía significar esa palabra? ¿No la había aprendido alguna vez?
Sin dar rienda suelta a sus pensamientos y emociones, más de lo que ya lo había hecho, siguió su camino hasta la entrada de su cuarto sin poder dejar de llorar por el dolor que sentía en su brazo derecho.
¿Qué había hecho para merecer semejante castigo?
Antes de estirarse para alcanzar el picaporte y escapar, se le ocurrió girar la cabeza para saber por qué no sentía las piernas. En ese momento, una luz lo iluminó para que se diera cuenta de que sus piernas ya no estaban ahí.
Aterrado y en shock, volvió a girarse para ver quién había abierto la puerta.
Justo antes de que su hermanita menor le cortara la cabeza con el hacha, recordó la palabra que estaba escrita en la pared. Era “muerte”.




[- Kanji (漢字) son los sinogramas utilizados como modo de escritura japonesa. Junto con los silabarios, hiragana y katakana, constituyen las tres principales formas de escritura en Japón. En su mayoría, los kanji son utilizados únicamente para expresar conceptos.
Un sinograma es una unidad mínima de un sistema de escritura particular. Los sinogramas se utilizaban en la antiguedad en las naciones de Asia del Este para escribir textos en chino clásico; mas tarde fueron adoptados por la cultura china, la japonesa, la coreana y la vietnamita.
死 (shi)  es el kanji de "muerte"; es lo que el personaje lee en la pared.]

Razón



Me puse de pie y fui al baño. Asomé la cabeza por la ventana y respiré el aire caliente que entraba al ambiente, mientras miraba el paisaje de Osaka en una casi total oscuridad, con sólo unas pocas luces de algunos departamentos encendidas.
Pensalo, no cometas el mismo error de nuevo; me repitió mi vocecita interna inteligente por enésima vez, luego de que decidiera volver a preguntarle a él algo que yo sabía, por intuición propia, que lo incomodaba.
Él no quiere. Ya estuviste girando alrededor de eso la madrugada pasada y cambió el rumbo de la conversación para no quedar mal.
No desea herir sus sentimientos, por eso esquivó el tema.
La retó mi parte subconsciente, muy enfadada por sus conclusiones apresuradas.
Mi conciencia redobló la apuesta y le dijo algo demasiado duro: No quiere nada con ella; es muy probable también que hasta lo perturbe su amistad.
¡Callate! Eso no es verdad. Él la quiere, sólo que… no como ella desearía.
Al oír esas palabras sentí algo molesto y doloroso retumbar en mi interior; mi propia voz se hizo presente en la conversación.
- Es verdad. Él no me quiere de esa forma- proclamé a favor de ambas.
Pero te quiere.
Me sorprendía el optimismo con el que había pronunciado esas tres palabras. Un optimismo que llevaba consigo la resignación. Sí, hacía bastante tiempo me había dado cuenta de que no teníamos expectativas similares, inclusive cuando las cosas apuntaban en otra dirección y todo parecía salir como yo ansiaba.
¿La quiere? ¡Vamos, linda, no seas cruel, no la engañes más! Lo único que a él le interesa es tener una persona con quien conversar cuando se decide por emplear la filosofía barata.
Y me decís cruel a mi… ¿te das cuenta de la forma en la que estás expresando tus locuras?
Una locura es que ella siga sintiéndose querida y atraída por semejante personaje...
Mi subconsciente no la dejó seguir hablando para poder defenderlo una vez más.
No es tan malo como parece, sus palabras expresan...
Pero, mi conciencia no se iba a dejar endulzar.
Palabras, palabras… ¡Las palabras se las lleva el viento! El hombre que habla demasiado siente y muestra muy poco. Y, que yo sepa, él habla hasta de lo que no le preguntan.
Él es una persona decidida, sabe que la amistad importa mucho. Y su mejor forma de expresarla es a través de su vocabulario.
¡Es un mentiroso! Está jugando con ustedes dos desde el día en que entablaron una relación "humana" con él. Y las dos, tan sabias, me excluyeron del asunto durante meses. Claro, ahora me necesitan para "aclarar ideas y definir sentimientos". Pero yo no juego a lo sentimental.
¡Nadie te llamó!
Ella lo hizo, me necesita y yo estoy acá para cantarle la verdad.
En ese momento me cansé de que semejante guerra se armara en mi cabeza y no soporté las ganas de mandarlas a volar a ambas.
- ¡Basta las dos!- exclamé casi en un grito.
Un profundo silencio me invadió y ya no las oí discutir.
Me puse de pie, lista para hablar con él, sin ninguna voz que se interpusiera entre nosotros.
- Volví – le anuncié, entrando a la habitación y sentándome sobre la cama.
- ¡Genial! – exclamó. - ¿Qué era lo que querías preguntarme?
Pensé. Esta vez sin dividirme en tres.
- Eh...
Estúpida, estúpida, estúpida, no podés retroceder ahora.
No lo hagas, no lo interrogues. No seas ingenua.
- Nada. No importa – le aseguré, ocultándome cobardemente en mi mentira, una vez más.
- Podes preguntarme lo que quieras - me dijo con una seductora sonrisa dibujada en los labios.
Pero no di marcha atrás.
- No es nada, en serio – reiteré y comencé una conversación completamente superficial para escapar.
Gracias por hacerme caso esta vez. Es mejor así, lo sabés. 
Mi parte racional se oía aliviada.
- Gracias a vos por no dejarme cometer una locura – le respondí a mi triunfal conciencia, mientras podía escuchar a mi subconsciente sollozar... ¿o era yo quien estaba a punto de derramar mil y una lágrimas?
- Lo-sien-to – le dije a mi parte pasional con la voz quebrada y casi apagada.
Él me miró extrañado y le hice un gesto con la mano para que siguiera con su parlamento. Le regalé una sonrisa falsa y seguimos conversando como si nada.




[- Osaka (大阪市) es la mayor ciudad de Japón después de Tokio. Se encuentra ubicada en la desembocadura del río Yodo, bahía de Osaka, en la isla principal de Honshū (本州). Es uno de los centros industriales más importantes de Japón y la capital de la prefectura de Osaka (大阪府). Forma parte de la región de Kansai y es el núcleo del área metropolitana Osaka-Kōbe-Kioto.]

Los mangakas.~

Himitsu y Martín eran dos dibujantes totalmente desconocidos, dos personas que no tenían contacto una con otra, dos seres que vivían en puntas apartadas del mundo y que nunca se conocerían o entablarían una conversación.
Himitsu, una chica de mediana estatura, con una vestimenta un tanto particular que consistía en pantalones negros rasgados, remera de una banda de rock y cabello negro en una cresta que la hacía parecer un chico, vivía en Japón y tenía todo lo que ella soñaba al alcance de sus manos. Pero, su corta edad y su particular forma de vestir y de maquillarse (ojos negros con lentes de contacto azules y mucho delineador negro) no le permitían alcanzar del todo sus sueños. A los veinte años, tenía un trabajo estable, un trabajo que no iba a perder en su vida, vivía sola, tenía un hermoso gato y una enorme biblioteca que le generaba una gran satisfacción. A pesar de todo eso, a ella le faltaba lo más importante: el amor. Himitsu nunca había podido amar a nadie y jamás nadie la había amado; todo lo que ella quería era alguien que la volviera loca y le hiciera olvidar todo y a todos. Pero ese alguien no había llegado... aún.
Una mañana de Abril, Himitsu recibió un llamado telefónico de su jefe, Akira, un hombre japonés de treinta y ocho años, que llevaba a cuestas una familia y tenía un futuro prometedor. Akira le comunicó a su empleada que tenía una semana para armar sus valijas, ya que viajarían a Argentina, a conocer a su competencia, la persona que podía quitarle la chance de publicar sus dibujos como una historia, el que podía arruinar la oportunidad de publicar su manga.
Los dos japoneses viajaron a Buenos Aires y aterrizaron en el aeropuerto internacional. Cuando llegaron al hotel que les daría albergue, ahí estaba esperándolos Martín, un chico alto, de cabello rubio y ojos marrones, con un estilo muy parecido al de Himitsu. La chica lo vio y se enamoró a primera vista, mientras que todo lo que Martín quería hacer era abrazarla porque su aspecto desparejo y debilucho la hacían ver muy hermosa a sus ojos.
Casi sin pensarlo, Martín tomó la mano de la chica japonesa, se inclinó hasta quedar a pocos milímetros de su rostro y le dio un dulce beso en los labios.
- Bienvenida.-
Martín pronunció esas palabras en los oídos de Himitsu, mientras sus brazos la acercaban más a él y los autos circulaban por Avenida del Libertador.




[- Mangaka (漫画家) es el historietista en Japón.]
Bueno, antes que nada, quiero darles una cálida bienvenida a mi nuevo blog. Sinceramente no soy buena para estas cosas (todavía no me puse en personaje, ja ja), así que me voy a limitar a decirles de qué va a tratar éste, mi espacio personal. Acá les voy a contar cosas de Japón, voy a narrarles historias relacionadas con ese país y a darles datos que tal vez les interesen de la cultura del país oriental, además de publicar varias historias, cuentos o pensamientos muy personales.  Puede ser que a más de uno no le importe lo que voy a mostrarles, pero esta página es libre y pienso hacer de eso un disfrute para mí más que para ustedes.  Desde ya, muchas gracias.